El reto aquí era claro: transformar el salón sin renunciar a su esencia. Muchos interioristas descartaban el proyecto porque los clientes querían mantener sus muebles, pero nosotros aceptamos el desafío. Reutilizamos al máximo su mobiliario y lo potenciamos con cambios estratégicos.  

 

Rediseñamos la zona de la televisión con un trasdosado de pladur e iluminación, logrando ese efecto zen y japonés que él buscaba. Creamos una galería para los cuadros pintados por la propietaria, dándoles el protagonismo que merecían, y reubicamos las estanterías en el comedor, mejorando por completo la distribución.  

 

En el dormitorio, diseñamos un pequeño espacio de trabajo integrado dentro de un armario, jugando con papel pintado, color e iluminación para hacerlo acogedor y funcional.  

 

Una transformación que respetó su historia y mejoró su hogar en todos los sentidos.